El ciclo del vagabundo 1
Podría ser que los inviernos siempre sean los mismos, con algunas variaciones; y el otoño reluciente con su hojarasca intermitente, que ya sale, que ya sale. Y el que camina todas las tardes a la misma casa, a las cuatro y media mismas de los mismos días; y el mismo que ve las aceras sucias de pasos perdidos, de enamorados, de incertidumbre, y de cansancio.
Todo muere, es hermoso el frío, hasta el vagabundo que ni de comer tenía. Amaneció muerto hace tres días, de hipotermia, sobre la acera mugrienta en que comía atardeceres. Fuera de eso, nada es distinto; en primavera florecerán nuevos mendigos, con sus olores a sudor y calle, y sus miradas de estatua enloquecida.
Haciendo a un lado las predicciones de los climaturgos, cualquier vagabundo seguirá tiritando, tirititando- tiri- tiri- ti- ritando de frío; quizá encuentre un lecho cálido de periódicos amarillentos, amarillosos o amarillistas; y en la sección de espectáculos se soñará a sí mismo montado sobre un signo zodiacal adoptado.
Acaso sea un cangrejo gigante olvidado hace miles de años en la profundidad de un espeso mar, o proveniente de alguna de esas mitologías arcaicas y oscuras; o una enorme rata de pestilente alcantarilla milenaria.
(Continuará…)